sábado, 14 de agosto de 2010

La traicion de la libertad: seis enemigos de la libertad humana

Este volumen reúne seis conferencias que Isaiah Berlin dictó en un programa radiofónico de la BBC en 1952. Prescindiendo de escritos elaborados de antemano, exponiendo sus ideas de manera improvisada e informal, Berlin deslumbró a la audiencia con un tono apasionante, claro, riguroso y persuasivo. Introdujo a los oyentes en el entramado teórico de seis pensadores sobresalientes que, en el marco de la filosofía política y moral, articularon doctrinas adversas al concepto de la libertad individual: Helvétius, Rousseau, Fichte, Hegel, Saint-Simon y De Maistre. El eje transveral del análisis de Berlin consiste en un interrogante: ¿por qué debe un individuo obedecer a otro individuo? Las posibles respuestas serán el punto de partida de intensas disertaciones sobre el significado del Estado, la sociedad, el individuo y las leyes.

Rousseau y el pluralismo de Isaiah Berlin

* Roberto Ruiz. (Prodavinci.com)

Cuando uno comienza a leer el libro de Isaiah Berlin, La traición de la libertad (Seis enemigos de la libertad humana) se sorprende de ver incluido el nombre de Jean Jacques Rousseau. De inmediato uno se pregunta cómo estos dos pensadores, racionalistas ambos y compartiendo ambos una misma aspiración a la justicia y la felicidad humanas, pueden tener visiones tan diferentes sobre problemas de ética y teoría política; sobre cuestiones como la libertad, la igualdad, el papel de la sociedad o la justicia. Para comprender esta aparente contradicción entre pensadores que comparten una cierta admiración por la filosofía de la Ilustración, combinada con un cierto rehazo por sus excesos, por su extensión simplista y optimista a los asuntos humanos, es necesario examinar el centro de sus preocupaciones y la diferencia entre puntos de vista, especialmente en lo que se refiere a los valores y la relación entre éstos, el individuo y la sociedad. Se entiende que hablamos de diferencias esenciales que no deberían verse afectadas por el hecho de que ambos “piensen” en épocas distintas y distantes.

Para Berlin la Ilustración es un movimiento digno de admiración por su enfrentamiento al autoritarismo monárquico, por su defensa de la libertad y los derechos humanos y por su enfoque racional en el campo de las ciencias naturales. No obstante, Berlin se opone frontalmente a la aplicación de los principios de las ciencias naturales; principios y métodos que habían deslumbrado a pensadores como Voltaire, Diderot, Holbach, Condorcet, y D’Alembert, al punto de pretender aplicarlos a los asuntos humanos.

Para Berlin los tres axiomas básicos de la Ilustración no son aplicables a disciplinas como la ética y la teoría política. Obviamente, el pensador irreverente que siempre acompañó la personalidad de Isaiah Berlin, no podía compartir una concepción según la cual los grandes principios del pensamiento ilustrado fuesen universales y aplicables a todos los campos del saber, con independencia de las variables tiempo y lugar.

Podrían resumirse estos principios en tres afirmaciones contundentes: la primera, que toda pregunta genuina tiene una sola y única respuesta; la segunda, que debe existir un método para descubrir las respuestas correctas, lo que las hace en principio conocibles aunque para el momento muchas sean desconocidas; la tercera: que las respuestas a todas las preguntas constituírían un todo armónico y perfectamente compatible.

La originalidad del enfoque de Berlin radica en su oposición a aplicar los tres grandes principios del pensamiento ilustrado a los problemas humanos. Su idea central consiste en que los valores humanos viven en permanente conflicto y que, además, ellos no responden a una única verdad, pues ésta siempre tendrá una dimensión histórica y geográfica. Pero a esto Berlin añade que los valores mismos son incompatibles entre sí. Para ilustrar con un ejemplo clásico y perturbador: libertad e igualdad son incompatibles y no puede existir una sociedad que sea completamente libre y totalmente igualitaria. De modo que, continuamente, el hombre y las sociedades deben elegir. Si quiero una sociedad más igualitaria, debo, por ejemplo, aumentar los impuestos y esto coarta la libertad de los que poseen mayores riquezas; o, para decirlo proverbialmente, lo que beneficia al cordero perjudica al lobo. A esta idea de conflicto e incompatibilidad entre los valores se la denomina pluralismo, en oposición al monismo típico de la Ilustración.

Con esta visión de conflictos entre los valores, resulta entonces relativamente sencillo ver las diferencias que afloran entre Berlin y Rousseau. Rousseau, sabemos, era un pensador ilustrado por el énfasis que coloca en el uso de la razón para resolver los problemas humanos. Pero a la vez era un crítico severo de otros filósofos franceses de la Ilustración, sobre todo de hombres como Voltaire, Helvétius, Diderot y Condorcet. El origen de su menosprecio estaba en el rechazo que sentía por la sofisticación de estos filósofos, su afición a las camarillas intelectuales, el ambiente de los elegantes salones parisinos donde conspiraban contra la monarquía y a la supuesta corrupción que producía en ellos el amor por las ciencias y las artes.

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